domingo, 23 de mayo de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

COMPAÑEROS/ AS LOS INVITAMOS A TRANSITAR JUNTOS EL CAMINO DEL BICENTENARIO CON UNA SERIE DE ARTÍCULOS Y REFLEXIONES ESPERAMOS SUS COMENTARIOS

lunes, 23 de noviembre de 2009

Los nombres y la historia.

El asunto es saber convertir los fracasos en victorias.
Francisco Urondo

El 17 de noviembre es una buena excusa, no sólo para evocar una gesta grabada en los calendarios, sino también, para pensar la relación entre un nombre y una condición.
Ese nombre no es otro que el de Perón y la condición que pretendemos interrogar, la del militante. El escenario de miles de hombres y mujeres dirigidos en peregrinación secular, no es otro que el de la búsqueda de ese nombre, cuyo derrotero histórico se presentó como una suerte de recolector de las experiencias frustradas de una sociedad argentina errante, para parafrasear a Horacio González.
Esa empresa se sostenía sobre una convicción firme que habilitaba los senderos de la acción intempestiva, la de saberse sumergidos en una historia en marcha, en un movimiento mayor que todo lo abrazaba. Allí se amasaba una figura indómita reacia a su aprehensión, en las clasificaciones taxativas de ciertas lenguas de protocolo, el militante ¿Qué es entonces un militante? Se es laburante, estudiante, profesional y se es militante, pero también padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, ¿qué es lo propio del militante? Diremos tan sólo su condición de exiliado, ¿de qué? se nos preguntará, y responderemos, de aquél suelo primero del lazo social. El del militante no es un lazo entre otros, sino uno que anuncia un porvenir, pero que requiere de su concurso inexcusable, que despliega los contornos de la sociedad por advenir y se entromete y compromete en su ejecución.
El 17 de noviembre de 1972, puede pensarse como la escena misma que reunía aquél nombre y la mencionada condición. Y eso mismo es la historia, una colección de nombres y sus trayectos sinuosos, nombres de los que se autoriza la acción. Se trata de un nombre que, aquí en nuestro suelo, devino “aquella coloración general en la que se bañan todos los colores y resultan modificados por ésta” cita que proviene de un texto polvoriento datado en 1857.
Son entonces, nombres que inauguran lenguajes en los que habitan los sujetos políticos, el militante es quien habita un lenguaje, no tan sólo sus consignas. El militante tributa a un lenguaje, lo defiende con celo en épocas de tempestades adversas, aguardando la chance que lo redima, armado, tan sólo, con aquello que brillantemente supo exponer Daniel Balbuena, una verdad a la que defender.
Daniel Ezcurra
CEPES (Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad)

martes, 20 de octubre de 2009

La brisa de la historia

17 DE OCTUBRE. JOHN WILLIAM COOKE.





La política de neutralidad del gobierno militar rompía la unidad continental que Estados Unidos buscaba para su política de guerra (Segunda Guerra Mundial). El Departamento de Estado apeló a todos los recursos para forzarlo a cambiar de línea o provocar su derrocamiento: retiro de los embajadores latinoamericanos, inglés y norteamericano, congelamiento de nuestras reservas de oro en Estados Unidos, prohibición a sus barcos de tocar puertos argentinos, restricción de sus exportaciones con destino a nuestro país, etc. Recién en 1945, cuando la suerte del conflicto mundial estaba decidida, la Argentina rompió relaciones con el Eje, pero sin unirse al rebaño de las restantes repúblicas americanas conducidas por los yanquis.
Los partidos, la prensa y los intelectuales, movidos por el imperialismo, apoyaban al embajador yanqui Spruille Braden, quien actuaba públicamente en la vida política argentina, fogoneando la renuncia y detención de Perón.
Pero los trabajadores ya no consintieron esa nueva vergüenza: todo el país quedó paralizado por una huelga general, y las multitudes marchan hacia Plaza de Mayo donde exigen la libertad de Perón y su vuelta al poder.
Scalabrini Ortiz ha dejado una inolvidable descripción de esas jornadas. De ahí extraemos algunos párrafos que captan su vivencia: “Un pujante palpitar sacudía la entrada de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, aglutinados por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón”. La oligarquía había temblado ante la invasión de los descamisados.

1945-1965: Citación nacional y actuación revolucionaria de las masas

En el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto de la democracia para esquistos, distorsionaron todas las relaciones sociales, desmontaron los cómodos engranajes del comercio ultramarino y para colmo, se mofaron de las estatuas y cenotafios con que la oligarquía gusta perpetuarse en el mármol y en el bronce.
El 17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamente lo redujeron a su verdadero valor: era una especie de congregación de papanatas, delincuentes, o como decían los cultos de la izquierda oficial, lumpen proletariado, arriados por la policía en una especie de carnaval siniestro. Lógicamente el 24 de febrero, cuando se reunieron todos los partidos políticos, los que tenían todos los votos, el candidato imposible como llamaban a Perón, no tenía otra perspectiva que la de conseguir algunos votos de esos elementos marginados.
La verdad es que los dueños de todos los votos perdieron. En lugar de unos pocos sufragios de la canalla, la canalla sacó más sufragios que todos los partidos juntos desde la izquierda a la derecha.
Inmediatamente los teóricos buscaron explicación y lo plantearon como un episodio de la lucha de nazis y antinazis dentro de su característica habitual de trasladar a escala nacional los problemas universales. Pero por detrás de todas esas explicaciones, en el fondo del subconsciente les baila la hipótesis de que había sido cuestión de magia negra..
Pero en todo esto había algo más que mala fe, había la incapacidad de la clase dirigente argentina para comprender un fenómeno que no cabía dentro de las formas conceptuales del liberalismo tradicional.
Ese ostracismo de las clases dirigentes debió haber sido definitivo. Solamente duró 10 años, y sobre el perjurio de algunas espadas se restableció el régimen y resolvió aplicar sus tesis……………………….
Nosotros dijimos: soberanía política, independencia económica y justicia social. Pero si para esos objetivos aplicamos métodos que eran adecuados a una realidad de hace 20 años, la inoperancia de los métodos desvirtúa y desmiente la fidelidad a los objetivos. Esa manera burocrática de conseguir las cosas, no es ortodoxia peronista, es apenas oficialismo peronista. Una teoría política que refiere a una realidad debe cambiar con esa realidad. Le reprochábamos casualmente a la ideología liberal que las ideas eran universales y tanto valían para EEUU, África o Francia, y que tanto valían en la época ascendente de la burguesía como en la época de la expansión imperialista sobre las zonas subdesarrolladas de la tierra y lo que nosotros negamos en 1945, lo que negamos de toda esa superestructura ideológica implantada sobre una triste realidad del país, así como negamos los mitos de la historiografía mitrista y a los presupuestos de la Constitución de 1853.
De la misma manera, para ser fieles con esa negativa y toda Revolución, debe ser primero rechazo si después quiere ser afirmación, fieles a esa negativa debemos también cuestionar dentro de nuestro bagaje ideológico todo aquello ya perimido por el tiempo, por los hechos y por el fluir de la historia nacional e internacional………………..
Por eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el nacionalismo de derecha al régimen liberal y la historiografía mitrista, pronto nuestros caminos nos separaron, porque donde ellos todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se veían caudillos de gauchos sometidos a la elite de la aristocracia de la que formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y hueso transformado en cabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindical, orientación para sus luchas, conquistas políticas, líderes de las masas.
Hay miles y miles de hombres que sólo conocieron la derrota, pero lo que no conocieron fue el deshonor.
En el año 1945 Perón planteó perfectamente el problema nacional. Acá hay una frase clave y que él de una manera o de otra la ha repetido siempre: “Cien años de explotación interna e internacional han creado un fuerte sentimiento libertario en el espíritu de las masas populares”………

Diciembre de 1964

lunes, 19 de octubre de 2009

Homenaje a Scalabrini Ortiz

El intelectual desgarrado, Intelectual central para entender una época, hizo la autopsia de la economía británica en Argentina, defendió la neutralidad en la guerra, continuó la elaboración de una metafísica de la Patria y su gente. De Forja a su larga continuidad, dos reflexiones sobre un personaje necesario.

Por Horacio González.

Scalabrini manejaba teodolitos y aparatos de mensura. Un remoto temple positivista reinaba en su conciencia literaria. ¿Dónde y cuándo, como si fuera un narcótico salvador, se aloja en su profesión de agrimensor el tema del “hombre colectivo”? Se diría que siempre en Scalabrini convivieron los humores del positivismo paleontológico –herencia paterna– y los arrebatos del escritor sorprendido por el mito, la “creencia como magia de la vida”, cuestión que toma de Macedonio Fernández.

Pudo haber sido un aguafuertista, como Arlt. Algo de eso hay en La manga, sus cuentos de la década del veinte. Pero Raúl Scalabrini Ortiz abandonaría muy pronto su tributo a una literatura influida por aires decadentistas. Allí estaban la angustia de las muchedumbres, la relación de la locura con el genio y las memorias en primera persona de escritores desesperados.Se equivocaría con él Hernández Arregui cuando festeja el discurso de la economía política crítica que informa la obra de Scalabrini, pero intenta separarlo de lo que llama las “neblinosas concepciones” tomadas de la obra macedoniana. No es así, una cosa está enlazada inseparablemente a la otra. Sin el autor de Papeles de Recienvenido no hay Scalabrini. Ni hay tampoco Borges o Marechal. Y tampoco hay Scalabrini sin el extraño telurismo que obtiene de la obra de Ameghino, apenas trasladándolo del naturalismo evolucionista hacia el cariz vitalista de un encierro moral que un día obtiene su resarcimiento súbito.Scalabrini tuerce destinos literarios y científicos, de todo se impregna y todo reutiliza bajo su sello original, su revelada arrogancia. Con esas herramientas de desobediencia no solo leyó la historia de una postración nacional, sino que puso las bases para que no se pudiera hablar de imperialismo sin postular un sujeto moral en permanente convulsión. Esas “muchedumbres” que ya estaban en su obra juvenil, que recibe de la literatura social modernista. También presentes en El hombre que está solo y espera, lo que lo acerca aunque sea alusivamente al hombre social que surge de la venerable leyenda de la tierra poseída en común, que habían postulado los populistas rusos en el siglo XIX.No es que Scalabrini manejara estos materiales de mezcla sin conciencia de lo que hacía, pues su idea del subsuelo es precisamente la de una fragua enterrada que mixtura lo artístico, lo social y la praxis de un mito reparador. Pero acaso sin percibirlo, ese vida subterránea encantada mantenía a la distancia un aire lugoniano en el estilo de su conciencia agónica y en la mención, no ocasional, de un personaje de la épica intelectual de todos los tiempos. Se trataba de un personaje dispuesto a mostrar en todo momento el honor desesperado de sus verdades: el escritor seducido por un arte de inmolación. Para Scalabrini, el sujeto que garantizaba el sentido profundo de las cosas tenía un rostro compartido entre el jacobinismo de ínfula romántica y la investigación del archivo sigiloso de las fuerzas que generan el vasallaje nacional. Los investiga con la garra de un científico de las ciencias exactas, en la soledad empírica de su laboratorio.Por otro lado, le importaba el lado agreste y revolucionario del misterioso secretario de la Primera Junta. El era un morenista. En cambio, no le importaba Rosas, a diferencia de tantos otros hombres de su generación y de su credo Aquel sujeto scalabriniano –en conmoción– tenía diversas traducciones. Para Jauretche asumía la figura de un payador de filo, contrafilo y punta. Para Hernández Arregui la de un proletario con conciencia nacional. Para Cooke la de un partisano lector de “manuscritos juveniles” un tanto luckacsianos. Pero para Scalabrini era propiamente el intelectual agonístico siempre al borde de ofrecerse en sacrificio público por la causa de una nación. Una causa que podía ir de la nada a la profecía. Este rasgo no lo toma Scalabrini del nacionalismo de alta escuela sino que lo encuentra en su propia concepción sacrificial. En un padecimiento novelado, con el que quería significar la alegoría misma de la desdicha nacional. Se atormenta una conciencia lúcida individual cuando ve sufrir al cuerpo nacional, antiguo tema del lirismo trascendentalista.Sin embargo, Scalabrini es alegórico donde Lugones, en su suicidio, es resolutivo. Y es historicista con una visión progresista de la historia, allí donde los Irazusta o Ernesto Palacio son explícitos hombres de honor, duelistas declarados, tanto como eufóricamente lo fue Jauretche.

Todo esto ya está insinuado en El hombre que está solo y espera, un escrito absolutamente modernista al que solo la metafísica que absorbe de su maestro Macedonio Fernández le impide el giro carnavalesco que el mismo tema tiene en Brasil en la figura de Macunaíma o de la antropofagia de Oswald de Andrade. En el siempre recordable Hombre de Corrientes y Esmeralda se halla el arquetipo de una redención amorosa y fraternal, tallada en la inocencia de las multitudes argentinas de las que ya se había ocupado el ensayismo nacional de todas las épocas. Pero en Scalabrini se encuentran volcadas a una epopeya melancólica, a una epifanía de la que surgiría un hombre social emancipado, a partir de los planos internos de una naturaleza mítica. Saldría ese hombre del interior de la geografía, de los ríos, la fauna. De las piedras de las ciudades. Así, Scalabrini va recorriendo un camino. Desde lo inanimado del mineral iniciático, hasta al soplo de la vida liberada.

La famosa descripción del 17 de octubre del ‘45 implica una literatura mitológica, creacionista, con elementos tectónicos y políticos a la vez. Por otro lado, presenta de la manera más original posible, con simultáneo envoltorio mítico, social e histórico, el recorrido de un frente nacional obrero-campesino y criollo-inmigratorio. Hermanados, van el “peón de campo”, el “obrero de las hilanderías”, el “rubio inmigratorio”, el “morocho de overol engrasado”. Es la marcha de los mismos funámbulos que aún hoy –en estos mismos días– son interrogados por literaturas que quizá no consiguen alzar vuelo, aunque se presentan en el afán de dar reinicio a otro ciclo de la memoria crítica nacional.Martínez Estrada había visto lo mismo, esa gran marcha de espectros, pero como primero creyó que debía condenarla para luego ir él mismo, ¡en persona! a salvarla, logró ser un verdadero incomprendido pues quedó tan solo la primera parte del argumento y no la que le seguía y lo justificaba. Injustamente se lo consideró así un antagonista de Jauretche y Scalabrini cuando en realidad era su complemento secreto. Una suerte de no declarado forjista en la Buenos Aires vista como “cabeza de Goliat”.Scalabrini es hijo de una irrepetible conjunción. Pensó la economía política con las categorías del Lenin del Imperialismo, fase superior del capitalismo, pero lanzó su escritura como si fuera una réplica macedoniana de los papeles de recienvenido. Este era un hombre macedoniano burlesco, pero también un personaje que estaba solo y esperaba. Sólo que su humor patafísico originario es reconvertido por Scalabrini en un estilo grave y dolorido, del que denuncia en tanto humillado, en tanto perseguido. Entonces, Scalabrini no se privó de la justa altanería del profeta en el desierto, aunque a su alrededor crecían los lectores, que al mismo tiempo que se informaban sobre las formas imperiales de dominio, sentían que se operaba un llamado “desde el subsuelo”. Era la que intranquilizaba y urgía. Faltan hoy esos llamados.Halperin Donghi se equivoca al relativizar a Scalabrini por prácticas que llama “demonológicas” en el lugar que debía haber análisis histórico–sociales. Este tema vale la pena debatirlo. Las de Scalabrini no son tanto demonologías como un capítulo esencial de la historia intelectual argentina, solo que definiendo al intelectual no como un ser irónico –-como lo hace de Halperin– sino con un ser intenso, turbado y agonal.Una de las piezas maestras scalabrinianas, la “Destitución de Aramburu y Rojas”, publicada en la revista frondizista Qué, permite evaluar al paradoja del intelectual crítico. Frente al mismo Perón intenta rectificar los rumbos que juzga equivocados del gobierno surgido de las agitaciones del ‘45, mientras aquellos militares golpistas en su momento recibirían prebendas y medallas. Luego del golpe, es el intelectual que se había declarado disconforme el que saldrá a defender al gobierno derrotado por esos almirantes y generales, los mismos que en su momento habían sido parte del “sistema”. Como intelectual “descarnado” Scalabrini deberá mostrar que no pertenece ni pertenecerá a los dominios del Estado sino a una república utópica de revelaciones intelectuales y catacumbas pasionales. No hace demonología sino vivisección social con datos estadísticos sobre ferrocarriles y petróleo. No hace sociología política sino que se implica en una rara suerte de mesianismo realista, un patriotismo de cuadros estadísticos y democracia radicalizada.Como nacionalista popular, Scalabrini esgrimió una economía de emancipación; como escritor amante de alegorías, fue poseído por una metafísica vitalista. Esta explosiva fusión es aún un ejemplo para los tiempos que corren. Verdaderos materiales faltantes en una vida nacional embotada que es menester recrear y despertar. Con ellos, Scalabrini sigue ofreciendo su pócima moral. La soledad junto a la esperanza. No las dos cosas separadas, como querrían los apenas ensimismados y los solamente bienhechores. Sino esas dos éticas actuantes en común. La del anacoreta en su cartuja avizora y la del expectante con su manojo de papeles de requerimiento y advertencia. Con ellos se dirige a las multitudes que siempre se hacen presentes, y siempre hacen notar un dolorido rasgo de ausencia.

EQUIPO COMUNICACIONESCUELA CIUDADANIA TUCUMAN

miércoles, 14 de octubre de 2009

Comunidad dialógica alternativa

Tina Gardella problematiza la relación entre comunicación alternativa y organizaciones sociales a partir de la necesidad de un proyecto de cambio, desde lo académico y desde la gestión.

La práctica política y cultural de las organizaciones sociales ha ido definiendo que lo alternativo en comunicación no es una mera disputa en el terreno mediático, tampoco un uso diferente de los mismos medios, ni mucho menos un cambio de contenidos o de productores de mensajes. Es expresión y parte fundamental de un proyecto de cambio para transformar la producción de sentido y las normas del intercambio simbólico que configuran esa trama social que busca alterar.

Este abordaje “relacional” más que “sustancial” de la comunicación alternativa nos obliga a preguntarnos no sólo por el proyecto de cambio social de cada iniciativa comunitaria, popular o alternativa. También interpela al campo académico sobre desde qué proyecto de cambio social se establece el diálogo universidad-sociedad.

Las respuestas pueden ser varias y diversas. Tantas como experiencias desde cátedras, proyectos, programas o cualquier otro espacio institucional se están realizando en todo el país. Lo verdaderamente importante es el sentido que supone esa relación, resignificada en forma permanente por los hechos políticos, fuertes y contundentes de los últimos años. El último, nada más ni nada menos que la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Precisamente el debate sobre una ley de la que siempre afirmamos era un punto de partida más que de llegada ha sido el empujón necesario para repensar nuestras prácticas académicas en comunicación, no sólo en términos de docencia, investigación o extensión. También en la gestión.

En octubre se realizará en la Universidad Nacional de Tucumán el XI Congreso de la Red Com. Uno de los ejes temáticos será “Comunicación alternativa: prácticas y nuevas tecnologías”. Para la organización de este eje hemos planteado hacerlo en forma conjunta con las organizaciones sociales. Este trabajo organizativo supone desde armar el cronograma de ponencias mandadas al congreso y debatir el criterio para agruparlas y debatirlas, hasta las actividades propias de cada organización social dentro del congreso. Participan además docentes de comunicación de Salta y de Jujuy que en el afán de “hacer región”, como maestrandos de la Plangesco-Jujuy, tienen la voluntad de recuperar y valorar los saberes locales y los procesos creativos de cada comunidad.

Esta experiencia con las organizaciones sociales en sus prácticas y proyectos de comunicación nos ha permitido poner sobre la mesa algunas cuestiones que no son nuevas ni mucho menos originales, pero que son claves en la construcción de una relación otra, tanto con la comunidad organizada como entre los propios universitarios. Algunas de estas cuestiones, de indudable sentido político, tienen que ver con:

- La concepción de que lo social antecede a lo político y la dificultad para ver que es precisamente lo político lo que constituye al mundo social.

- La naturalización de una cultura política basada en el mero reclamo que limita y distorsiona la participación.

- La reducción de la política a la elaboración de propuestas y acciones, aséptica en relación a la confrontación que supone la lucha por el poder.

- Las prácticas sociales reivindicativas sin proyectos o propuestas de transformación social que suponga la toma de decisiones y de posiciones.

- La necesidad de propuestas de producción y circulación de recursos propios de las organizaciones sociales.

- La vigencia de la concepción “extensionista” en la universidad que no favorece la construcción de conocimientos desde las prácticas sociales.

- La “vocación” universitaria por transferir conocimientos producidos en otros contextos en desmedro de los saberes y conocimientos de la comunidad.

- La voluntad y solidaridad como sostenes básicos de los proyectos ante la dificultad del trabajo en red.

La lista, cuyo ordenamiento es aleatorio, seguramente podría ser enriquecida con las diversas problemáticas que desde cada práctica se actualizan y visibilizan en forma permanente. En el marco de la discusión que disparó el debate por la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el desafío desde nuestras prácticas académicas es sostener y promover los procesos creativos que en comunicación trabajan las organizaciones sociales. Estos procesos deben ser, indiscutiblemente, parte de una visión estratégica de cambio social que supone, desde una viabilidad económica, política, cultural y social, la generación de espacios reales y simbólicos donde la gente pueda pensar su realidad y construir su camino.